A la edad de 16 años, mi madre, mis dos hermanos menores y yo emigramos de México a los Estados Unidos.

Llegamos sin conocer las normas de este nuevo lugar y sin tener una comprensión de lo que estábamos sintiendo o experimentando al enfrentarnos a tantas incógnitas.

Se esperaba que habláramos rápidamente un nuevo idioma, que encajáramos y que no tuviéramos acento (alerta de spoiler: hasta el día de hoy, ¡sin duda he fracasado!). Cuando era adolescente estaba desesperada por ser aceptada e hice todo lo posible para tratar de encajar, sin embargo, en este proceso, estaba dejando ir mi identidad y todo lo que me traía alegría y consuelo. También me convertí en el agente cultural de mi familia, ayudando a mi madre con las traducciones y dando sentido a este nuevo mundo.

Todos los miembros de mi familia respondieron de manera diferente para sobrevivir frente a esta transición abrumadora. Por ejemplo, mi madre buscaba estar cerca de lo que le era familiar en sus telenovelas y recetas mexicanas.

Como psicoterapeuta, desde entonces he encontrado las palabras y los conceptos teóricos para organizar y comprender lo que experimenté en el proceso de migración. Además, a través de mis años de experiencia trabajando con inmigrantes y refugiados, ha quedado absolutamente claro que estas experiencias y desafíos estaban lejos de ser exclusivos de mi familia.

Ahora es el trabajo de mi vida llevar mi papel de agente cultural de la infancia en una nueva dirección, cerrando las brechas en la comprensión de los profesionales y organizaciones de salud mental, e inspirándolos a ampliar su lente cultural. Trabajo incansablemente para fomentar una comprensión y empatía más profundas hacia la salud mental en relación con la migración global. Espero que se unan a mí para remodelar la narrativa de la inmigración y construir puentes para que los inmigrantes sean reconocidos como seres humanos fuertes, valientes y amables que navegan por grandes riesgos todos los días.